lunes, 30 de diciembre de 2013
CAPÍTULO 13 - ROSA: CONVERSACIÓN TELEFÓNICA
Yo opino
que es normal que estemos todos así
en el pueblo: ¿o no es la felicidad
lo más importante? ¿Y no viene, en muchas
ocasiones, con la
risa? A mí, Palotti me encanta, no veas
cuánto. Y lo mejor es que no imaginaba
que vendría: ha sido una sorpresa
magnífica. Sí. Sí, claro, por
lo del circo, que levantaron las funciones
y se marcharon. Mira: mejor. Él sabe
que aquí le queremos, y también él
nos quiere, lo ha dicho
hace dos años, la última vez
que estuvo. Que sí, mujer, que
sí. Si te apetece me lo
dices, y te compro un par, así lo sacas
al Ricard, que se distraiga un poco y converse con
Marc. Bueno, él
callado como siempre, ya sabes. Conmigo no es
que hable mucho, más bien lo suyo
es la jardinería; y este año
no ha sido muy bueno en eso, pero él
es hombre de costumbres. Vale, me dices
algo. A ti también, guapa.
lunes, 23 de diciembre de 2013
CAPÍTULO 12 - XAVIER: APUNTES DE UN JOVEN TRANSCRIPTOR
Durante los primeros veintisiete
minutos se formularon diecinueve preguntas; pero lo interesante
no es esa relación —nada infrecuente— sino que las respuestas
guardaban la siguiente secuencia: tres sí, y luego
un no. No me pregunte
lo que usted debería saber: tres sí
y luego un no, es el patrón conocido como
"el salto del cómplice", como un caballo, si juega usted
ajedrez. Por ejemplo, a las preguntas de si el nombre de ella era
Lenka Reiner, y si
nacida el 23 de septiembre de 1979 en República
Checa, y si hija de Orman Sines Reiner, astrónomo, con Petra
Myses, respondió que sí, pero a la
subsiguiente cuestión —que he transcripto junto con todas
las anteriores y las posteriores, según es
mi deber— a la pregunta, digo,
de si estaba ella involucrada directa
o indirectamente en la muerte de Carmen Centurión
Llobet, acaecida el pasado 2 de octubre en este mismo
municipio, respondió
que no. ¿Lo ve? En ese momento
el viento golpeó la ventana
violentamente: eso no lo encontrará usted
en las notas porque en principio
no es relevante, pero quizás lo sea. Y Lenka
Reiner
miró hacia los árboles del parque, y murmuró
algo incomprensible. ¿Cree usted
que a la propia Lenka, ese murmullo le resultara
realmente incomprensible, como consta en las
actas? Yo diría que no
miraba los árboles, o no apenas eso. Pero de ser
así: ¿que estaría mirando?
minutos se formularon diecinueve preguntas; pero lo interesante
no es esa relación —nada infrecuente— sino que las respuestas
guardaban la siguiente secuencia: tres sí, y luego
un no. No me pregunte
lo que usted debería saber: tres sí
y luego un no, es el patrón conocido como
"el salto del cómplice", como un caballo, si juega usted
ajedrez. Por ejemplo, a las preguntas de si el nombre de ella era
Lenka Reiner, y si
nacida el 23 de septiembre de 1979 en República
Checa, y si hija de Orman Sines Reiner, astrónomo, con Petra
Myses, respondió que sí, pero a la
subsiguiente cuestión —que he transcripto junto con todas
las anteriores y las posteriores, según es
mi deber— a la pregunta, digo,
de si estaba ella involucrada directa
o indirectamente en la muerte de Carmen Centurión
Llobet, acaecida el pasado 2 de octubre en este mismo
municipio, respondió
que no. ¿Lo ve? En ese momento
el viento golpeó la ventana
violentamente: eso no lo encontrará usted
en las notas porque en principio
no es relevante, pero quizás lo sea. Y Lenka
Reiner
miró hacia los árboles del parque, y murmuró
algo incomprensible. ¿Cree usted
que a la propia Lenka, ese murmullo le resultara
realmente incomprensible, como consta en las
actas? Yo diría que no
miraba los árboles, o no apenas eso. Pero de ser
así: ¿que estaría mirando?
lunes, 16 de diciembre de 2013
CAPÍTULO 11 - LENKA: PENSAMIENTOS EN LA SALA DE ESPERA
¿Y entonces para esto tanto pasar los otoños en casa de la abuela
Janova, y tanto Kromӗříšská los miércoles de diez
a doce; tantas anillas y tantos
caballetes, y colchonetas, y el olor a lejía, y aquella ropa blanca y
roja, y el Doctor
Mrkos y sus complementos para el crecimiento de los
huesos, y para esto aprender dónde
debe apuntar exactamente la barbilla y el ángulo exacto
entre el pulgar y el índice? ¿para esto Pavel esperándome
del otro lado de la alambrada, y las meriendas cruzando el puente, con
las sombras de los pinos alargándose hacia
nosotros? ¿Para esto las ardillas de Capekpark? ¿La cabeza en
la ventanilla del tren, adormecida, rumbo a
Hodonín? ¿La factoría, los turnos en las máquinas de
hilar, para esto? Que me manden
andando hasta casa en invierno, desnuda, sin
comida: eso
sería mejor que estar aquí, mientras me muestran láminas
y me preguntan qué
veo. ¿Qué puedo ver? ¿Puedo ver
los campos de Vyškov donde no hay más que el rostro desencajado
de una mujer muerta? ¿Qué veo en esas manchas negras? Finalmente
lo único que he aprendido aquí es que la belleza también debe
traducirse: aquí ya no soy Lenka
como lo soy en casa, aquí soy una extraña a la que preguntarle
qué ve: les digo que no veo nada, qué podría decirles.
Tampoco Boris es ya Boris, ahora tiene otro nombre, ellos
no pueden llamar Boris a Boris ni a Lenka
Lenka como nuestros hermanos, él
es un fugitivo cuyo perro ha quedado rondando el pueblo; yo soy
la chica de la pizzería, la que limpiaba en la casa
de Carmen, y todo
son malas señales. Madre, padre ¿verdad
que no era esto lo que debía suceder cuando hiciera todo
lo que me habíais dicho?
lunes, 9 de diciembre de 2013
CAPÍTULO 10 - JULIA: ANTES DE ESCRIBIR
Antes de escribir
nada, sería bueno saberlo: ¿qué tengo? Una conversación
confusamente halagadora en el Cráter, la sonrisa ambigua
de un boxeador desconocido —un motociclista
pálido guiándome en la noche, extendiéndome
un trozo de papel tras el cual seguir
buscando: aquello que yo misma hago
cada viernes
para el periódico de aquí. Insisto: ¿qué tengo?
¿Estoy impresionada por una muerte, por un esternón
roto, o por el modo en que Bernat señalaba una luz
titilando en lo alto del monte? Debo olvidarlo
todo, recordar
lo importante, volver al circo (anoto: buscar
bibliografía sobre los transhumantes, los
despojados, los
asesinos nómadas) penetrar el jardín de
Carmen; medir
la intensidad de las señales, hablar con
el forense. Otra
taza de café frente al ordenador; pregunto: ¿es cierto
lo que se comentaba
de Carmen? ¿Se comentaba algo de ella? Mi pelo
se ha resecado desde que estoy aquí en
este pueblo, giro
las puntas con la mano izquierda, mientras la derecha
sigue haciendo dibujos simétricos en una hoja
de papel: un chinito
que fuma frente al espejo, un gato —visto
desde arriba— caminando sobre una cuerda. El viernes
debo tener una versión más clara
de todo esto, debo explicarlo.
nada, sería bueno saberlo: ¿qué tengo? Una conversación
confusamente halagadora en el Cráter, la sonrisa ambigua
de un boxeador desconocido —un motociclista
pálido guiándome en la noche, extendiéndome
un trozo de papel tras el cual seguir
buscando: aquello que yo misma hago
cada viernes
para el periódico de aquí. Insisto: ¿qué tengo?
¿Estoy impresionada por una muerte, por un esternón
roto, o por el modo en que Bernat señalaba una luz
titilando en lo alto del monte? Debo olvidarlo
todo, recordar
lo importante, volver al circo (anoto: buscar
bibliografía sobre los transhumantes, los
despojados, los
asesinos nómadas) penetrar el jardín de
Carmen; medir
la intensidad de las señales, hablar con
el forense. Otra
taza de café frente al ordenador; pregunto: ¿es cierto
lo que se comentaba
de Carmen? ¿Se comentaba algo de ella? Mi pelo
se ha resecado desde que estoy aquí en
este pueblo, giro
las puntas con la mano izquierda, mientras la derecha
sigue haciendo dibujos simétricos en una hoja
de papel: un chinito
que fuma frente al espejo, un gato —visto
desde arriba— caminando sobre una cuerda. El viernes
debo tener una versión más clara
de todo esto, debo explicarlo.
lunes, 2 de diciembre de 2013
CAPÍTULO 09 - ISABEL: EN EL MUELLE, DE NOCHE
Esas sensaciones familiares: todo el día han estado las abejas
pecorando, zumbando entorpecidas
bajo la vibración del sol; obstinadas entre los pajonales, esos
que dan la miel más suave y cristalina, y abundante cosecha. La isla
ardía de
luz, reverberaba
en un espacio hecho como de agua más
blanca sobre el agua; los chicos metían sus risas en el río, saltaban
salpicando la orilla, Pedro
preparaba el asado, como cada domingo.
Y el mate iba de su mano a la mía en tranquilo diálogo.
El mundo era eso: el crepitar de la leña, el olor
de la carne serenamente asándose, la complacencia del día.
Luego
la voz en el teléfono, lejana, diciendo que la tía,
que Carmen, había muerto
por asfixia beatífica. Y, qué
extraño, la palabra beatífica me hizo sentir bien durante unos segundos, sin alcanzar
aún lo de su muerte. Ahora
el agua golpea rítmicamente contra los pilotes y
la escalerita del embarcadero, la lancha
se mece, lenta, sobre la viscosa oscuridad del río, las magnolias esparcen su ámbar
en la noche
y el saxo de Stan Getz llega desde la casa.
El tiempo no nos sobra.
No acostumbrarme nunca, es todo lo que pido.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)