lunes, 16 de diciembre de 2013

CAPÍTULO 11 - LENKA: PENSAMIENTOS EN LA SALA DE ESPERA

¿Y entonces para esto tanto pasar los otoños en casa de la abuela

Janova, y tanto Kromӗříšská los miércoles de diez

a doce; tantas anillas y tantos

caballetes, y colchonetas, y el olor a lejía, y aquella ropa blanca y

roja, y el Doctor

Mrkos y sus complementos para el crecimiento de los

huesos, y para esto aprender dónde

debe apuntar exactamente la barbilla y el ángulo exacto

entre el pulgar y el índice? ¿para esto Pavel esperándome

del otro lado de la alambrada, y las meriendas cruzando el puente, con

las sombras de los pinos alargándose hacia

nosotros? ¿Para esto las ardillas de Capekpark? ¿La cabeza en

la ventanilla del tren, adormecida, rumbo a

Hodonín? ¿La factoría, los turnos en las máquinas de

hilar, para esto? Que me manden

andando hasta casa en invierno, desnuda, sin 

comida: eso

sería mejor que estar aquí, mientras me muestran láminas

y me preguntan qué

veo. ¿Qué puedo ver? ¿Puedo ver 

los campos de Vyškov donde no hay más que el rostro desencajado

de una mujer muerta? ¿Qué veo en esas manchas negras? Finalmente

lo único que he aprendido aquí es que la belleza también debe

traducirse: aquí ya no soy Lenka

como lo soy en casa, aquí soy una extraña a la que preguntarle

qué ve: les digo que no veo nada, qué podría decirles.

Tampoco Boris es ya Boris, ahora tiene otro nombre, ellos

no pueden llamar Boris a Boris ni a Lenka

Lenka como nuestros hermanos, él

es un fugitivo cuyo perro ha quedado rondando el pueblo; yo soy

la chica de la pizzería, la que limpiaba en la casa 

de Carmen, y todo

son malas señales. Madre, padre ¿verdad

que no era esto lo que debía suceder cuando hiciera todo

lo que me habíais dicho?

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