lunes, 28 de octubre de 2013

CAPÍTULO 04 - CARLES LLOBET: AL PIE DE LA ESCALINATA DE LA IGLESIA

Estoy aquí, en el borde

de un escalón, titubeante, esperando que mengüe 

mi tos para poner el pie en el siguiente

escalón; y ya llevo 

algún tiempo, según dice mi hijo Rafael: "Venga, papa, que nos vamos

a casa". Qué gris se ha puesto el cielo, Carmen. Este cielo, mira,

es que no vale nada. Ya te avisaré

yo, cuando haga bueno, y los chicos se vayan a desbrozar el campo, y vuelvan

a la mesa, los tres juntos, a comer tu

amb tomaquet. Mujer: 

si tú estuvieras, no dejarías que me lleven así, y me den

todas esas pastillas, ni que hagan

tantas mediciones con radares en casa. Voy dormido, Carmen. Pero aún

entiendo lo que dicen de ti; hablan de asfixia beatífica y de superficies 

sombreadas, y escuchan mi respiración. Mi única ventaja

es poder detenerme así, en este escalón, a ver el toldo verde y

azul del circo, con su estrella roja, aunque Francisco, es decir,

Rafael, me tome del brazo y me diga que nos vamos

a casa: ¿qué casa, hijo mío? ¿Que no ves que tu madre

ha muerto? Por momentos

se hace un gran silencio en mi cabeza, y parece

que se adentrara en otro más profundo, y más

definitivo que el de la muerte. Me sorprende ser yo

quien siga vivo, y me asusta, también.








lunes, 21 de octubre de 2013

CAPÍTULO 03 - LENKA: NO ES CIERTO


No es cierto que estuviera todo el día en la cama, con el pulmón

pidiendo más descanso. Qué nada. Carmen paseaba por la casa, 

contando y explicando cada desplazamiento. Yo

no soy nadie, como le dije a Bernat

cuando vino a querer saber más: "Bernat, 

yo era gimnasta, pero estos brazos

los tengo de fregar las bandejas, los platos... Me distraigo

y se cae una copa: ¿eso es poco?" Entonces se fue con

su tabaco; yo sigo limpiando aquí

y después veo pasar a Quim con la caja, y su pose

es la del hombre nuclear. No es que sea

malo, ni nada, sólo está dominado por sus 

cosas, todo

lo de allá arriba lo tiene girándose los ojos. Decía de Carmen: que era eso

lo que hacía en su casa, yo: un trinxat, el polvo

de los aparadores, las colchas a la tintorería. "Lenka; ¿oi que te he dicho

que no laves los pisos hasta el sábado?" El sábado

no llegó nunca para ella, y al volver al sitio estaba

todo cerrado, y ya no tengo que lavar el piso. La semana

pasada fuimos de compras, nos pintamos, me regaló un pañuelo que después

Boris —el hombre bala del circo— usó conmigo

una noche. Ahora no sé

dónde ha quedado nada de lo que sucedió antes del jueves, no me gusta

cuando pasan cosas, porque te hacen preguntas.


lunes, 14 de octubre de 2013

CAPÍTULO 02 - QUIM: AL BAJAR AL PUEBLO

El domingo

a mediodía bajo al pueblo, dejo la camioneta

en el inmenso parking del hipermercado —donde

el muchacho de la gorra blanca me saluda

y prosigue su ronda, entre cientos de marcas en el cemento

que indican dónde deberían estacionarse todos esos

vehículos que nunca llegarán hasta aquí— y tomo

de la guantera mi cuaderno, y mis gafas

de sol; y salgo. Importa poco

cargar el cajón de madera con el tomate, y la

lechuga roble, y los espárragos, de una punta a la otra

del vecindario: el domingo

se parece a este perro que ahora cruza la calle

—entre incrédulo y somnoliento— con esa laxitud

que la muerte admite en sus tareas. Primero veo a Bernat, 

y a los otros que, apoyados en sus motos, conversan sin demasiado ánimo

con las chicas de la piscina: bajo un olmo, Bernat

le alcanza un cigarrillo a una de ellas, y veo el humo subir

por los rayos de sol que se filtran

entre las ramas. También esto

sucede en la misma luz acuosa e indolente. Y después es Lenka

quien me mira desde la barra de la pizzería: levanta 

la cabeza, y vuelve

a concentrarse en el vapor con que quita las manchas

de las copas. Ahora sé —al pasar

con mi caja frente a la iglesia, donde algunos vecinos

despiden a la señora Llobet— que la causa de todo

es la Gran Mancha Roja de Júpiter, y al caminar

es esa convicción la que ordena a cada paso 

las legumbres. Me detengo, no para saludar 

a un cuerpo que ya nos ha abandonado, sino por ver

del otro lado de la calle, la explanada

donde el circo comienza a desmontar sus lonas, consciente

de lo poco que queda por hacer en el pueblo, nada. 



lunes, 7 de octubre de 2013

CAPÍTULO 01 - QUIM: LA TEMPORADA DE LAS HORMIGAS HA TERMINADO

La temporada de las hormigas ha terminado; comienza

octubre, y el frío

las hace retroceder, abandonar la crestas

de los rosales al final de la tarde, bajar desganadamente

por los surcos de las encinas, donde la savia todavía conserva su sabor, y

su viscosidad. Ahora buscarán

un refugio seguro, después de otro verano en el que, una vez

más, han salido

victoriosas y multiplicadas, y han llenado sus arcas de la dulzura del

melón y el frescor del tomillo y la

ginesta. El invierno

es un presagio que se deja olfatear en el horizonte; y ellas

—que hace pocas semanas dominaban su mundo 

conocido, como si de la redonda vastedad de una calabaza 

se tratara— hacen llegar el mensaje

hasta los últimos puestos en la avanzada de cada huerta. No hacen 

mal: también nosotros

nos preparamos para la aridez del

Empordà, nos despedimos de ellas como guardamos la regadera y la

azada; sin rencor y sin haber

pretendido reordenar los ciclos, alejarlas, con

plaguicidas, de los frutos —en un ciego 

egoísmo que sólo provocaría su

terquedad en seguir siendo hormigas, además de arruinar la labor del

verano, agregando a las hortalizas

una amargura incomparable. Es por eso que ahora —mientras en las

montañas comienza a silbar la Tramontana

que enloquece a las bestias, y sólo 

los alimoches desafían las alturas con las últimas

fuerzas de las corrientes térmicas— al observar con falsa indiferencia

el repliegue incesante; me pregunto: el fin de la temporada

de las hormigas; ¿nos prepara a nosotros también para el

invierno o, mejor,

para la soledad?