Vivir entre veinte
y treinta mil días: ¿le parece a usted
poco
o mucho? La vida de un hombre
equivale aproximadamente a la de tres
caballos; la de un caballo, a
la de tres perros: y sin embargo, las matemáticas
mienten: ¿no
lo cree usted así? Hay algo inconmensurable
en cada ser; eso, y no
que tuviera 36 años
fue lo que pensé cuando murió Lila. La gente del pueblo
supone que vivo atormentado, que me siento
culpable
del accidente. ¿Importa
que no sea eso, sino la dentención de todo
cuanto ella era
lo que me intriga? Soy uno, diciendo
de mí mismo: esto
soy. Y ellos
prefieren otro Quim, uno
abatido, contando los insectos que se posan
en el techo, las piedras puntiagudas, los huesos
de un animal muerto. Somos
algo distinto de esos veinte o treinta mil
días; ¿exactamente
qué?
Mostrando entradas con la etiqueta cuaderno de Quim. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta cuaderno de Quim. Mostrar todas las entradas
lunes, 20 de enero de 2014
lunes, 14 de octubre de 2013
CAPÍTULO 02 - QUIM: AL BAJAR AL PUEBLO
El domingo
a mediodía bajo al pueblo, dejo la camioneta
en el inmenso parking del hipermercado —donde
el muchacho de la gorra blanca me saluda
y prosigue su ronda, entre cientos de marcas en el cemento
que indican dónde deberían estacionarse todos esos
vehículos que nunca llegarán hasta aquí— y tomo
de la guantera mi cuaderno, y mis gafas
de sol; y salgo. Importa poco
cargar el cajón de madera con el tomate, y la
lechuga roble, y los espárragos, de una punta a la otra
del vecindario: el domingo
se parece a este perro que ahora cruza la calle
—entre incrédulo y somnoliento— con esa laxitud
que la muerte admite en sus tareas. Primero veo a Bernat,
y a los otros que, apoyados en sus motos, conversan sin demasiado ánimo
con las chicas de la piscina: bajo un olmo, Bernat
le alcanza un cigarrillo a una de ellas, y veo el humo subir
por los rayos de sol que se filtran
entre las ramas. También esto
sucede en la misma luz acuosa e indolente. Y después es Lenka
quien me mira desde la barra de la pizzería: levanta
la cabeza, y vuelve
a concentrarse en el vapor con que quita las manchas
de las copas. Ahora sé —al pasar
con mi caja frente a la iglesia, donde algunos vecinos
despiden a la señora Llobet— que la causa de todo
es la Gran Mancha Roja de Júpiter, y al caminar
es esa convicción la que ordena a cada paso
las legumbres. Me detengo, no para saludar
a un cuerpo que ya nos ha abandonado, sino por ver
del otro lado de la calle, la explanada
donde el circo comienza a desmontar sus lonas, consciente
de lo poco que queda por hacer en el pueblo, nada.
a mediodía bajo al pueblo, dejo la camioneta
en el inmenso parking del hipermercado —donde
el muchacho de la gorra blanca me saluda
y prosigue su ronda, entre cientos de marcas en el cemento
que indican dónde deberían estacionarse todos esos
vehículos que nunca llegarán hasta aquí— y tomo
de la guantera mi cuaderno, y mis gafas
de sol; y salgo. Importa poco
cargar el cajón de madera con el tomate, y la
lechuga roble, y los espárragos, de una punta a la otra
del vecindario: el domingo
se parece a este perro que ahora cruza la calle
—entre incrédulo y somnoliento— con esa laxitud
que la muerte admite en sus tareas. Primero veo a Bernat,
y a los otros que, apoyados en sus motos, conversan sin demasiado ánimo
con las chicas de la piscina: bajo un olmo, Bernat
le alcanza un cigarrillo a una de ellas, y veo el humo subir
por los rayos de sol que se filtran
entre las ramas. También esto
sucede en la misma luz acuosa e indolente. Y después es Lenka
quien me mira desde la barra de la pizzería: levanta
la cabeza, y vuelve
a concentrarse en el vapor con que quita las manchas
de las copas. Ahora sé —al pasar
con mi caja frente a la iglesia, donde algunos vecinos
despiden a la señora Llobet— que la causa de todo
es la Gran Mancha Roja de Júpiter, y al caminar
es esa convicción la que ordena a cada paso
las legumbres. Me detengo, no para saludar
a un cuerpo que ya nos ha abandonado, sino por ver
del otro lado de la calle, la explanada
donde el circo comienza a desmontar sus lonas, consciente
de lo poco que queda por hacer en el pueblo, nada.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)