lunes, 28 de octubre de 2013

CAPÍTULO 04 - CARLES LLOBET: AL PIE DE LA ESCALINATA DE LA IGLESIA

Estoy aquí, en el borde

de un escalón, titubeante, esperando que mengüe 

mi tos para poner el pie en el siguiente

escalón; y ya llevo 

algún tiempo, según dice mi hijo Rafael: "Venga, papa, que nos vamos

a casa". Qué gris se ha puesto el cielo, Carmen. Este cielo, mira,

es que no vale nada. Ya te avisaré

yo, cuando haga bueno, y los chicos se vayan a desbrozar el campo, y vuelvan

a la mesa, los tres juntos, a comer tu

amb tomaquet. Mujer: 

si tú estuvieras, no dejarías que me lleven así, y me den

todas esas pastillas, ni que hagan

tantas mediciones con radares en casa. Voy dormido, Carmen. Pero aún

entiendo lo que dicen de ti; hablan de asfixia beatífica y de superficies 

sombreadas, y escuchan mi respiración. Mi única ventaja

es poder detenerme así, en este escalón, a ver el toldo verde y

azul del circo, con su estrella roja, aunque Francisco, es decir,

Rafael, me tome del brazo y me diga que nos vamos

a casa: ¿qué casa, hijo mío? ¿Que no ves que tu madre

ha muerto? Por momentos

se hace un gran silencio en mi cabeza, y parece

que se adentrara en otro más profundo, y más

definitivo que el de la muerte. Me sorprende ser yo

quien siga vivo, y me asusta, también.








No hay comentarios:

Publicar un comentario