A la velocidad de la luz; o aún
más rápidamente, una explosión que lo devorara todo
nos privaría de su sonido: impedidas
de propagarse, esas ondas
esperarían en el fondo de la nada, complaciéndose
en la propia imposibilidad de su existencia. Pero esto
es tan absurdo
como suponer un grito
que pudiera encerrarse dentro de una botella. Si acaso
me sirve, únicamente es
para que pueda entender qué sucedió con Carmen: apagada
a una velocidad que distrae nuestros sentidos, no podemos
oír. Mantenemos
la mirada en dirección a su muerte, buscamos
mitigar el dolor con una camarera detenida, un
diagnóstico médico, un joven
desaparecido; y aliviamos, en lo familiar, nuestro padecimiento.
El fin del mundo conocido no es
eso, es renunciar a seguir buscando del mismo
modo, suspender
todos los dictados de nuestro
aprendizaje, impregnarnos de nada.-
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