Janova, y tanto Kromӗříšská los miércoles de diez
a doce; tantas anillas y tantos
caballetes, y colchonetas, y el olor a lejía, y aquella ropa blanca y
roja, y el Doctor
Mrkos y sus complementos para el crecimiento de los
huesos, y para esto aprender dónde
debe apuntar exactamente la barbilla y el ángulo exacto
entre el pulgar y el índice? ¿para esto Pavel esperándome
del otro lado de la alambrada, y las meriendas cruzando el puente, con
las sombras de los pinos alargándose hacia
nosotros? ¿Para esto las ardillas de Capekpark? ¿La cabeza en
la ventanilla del tren, adormecida, rumbo a
Hodonín? ¿La factoría, los turnos en las máquinas de
hilar, para esto? Que me manden
andando hasta casa en invierno, desnuda, sin
comida: eso
sería mejor que estar aquí, mientras me muestran láminas
y me preguntan qué
veo. ¿Qué puedo ver? ¿Puedo ver
los campos de Vyškov donde no hay más que el rostro desencajado
de una mujer muerta? ¿Qué veo en esas manchas negras? Finalmente
lo único que he aprendido aquí es que la belleza también debe
traducirse: aquí ya no soy Lenka
como lo soy en casa, aquí soy una extraña a la que preguntarle
qué ve: les digo que no veo nada, qué podría decirles.
Tampoco Boris es ya Boris, ahora tiene otro nombre, ellos
no pueden llamar Boris a Boris ni a Lenka
Lenka como nuestros hermanos, él
es un fugitivo cuyo perro ha quedado rondando el pueblo; yo soy
la chica de la pizzería, la que limpiaba en la casa
de Carmen, y todo
son malas señales. Madre, padre ¿verdad
que no era esto lo que debía suceder cuando hiciera todo
lo que me habíais dicho?
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